viernes, 22 de noviembre de 2013

HÁBITOS DE ESCRITURA

Hoy me he levantado con el mismo propósito de todos los días, escribir. ¿Lo conseguiré?
Estoy sentada en la cocina que es donde suelo hacerlo.

Mierda. La clavija del ordenador está suelta y como se apague desconecto del mundo.
Un ojo en la lucecita del ordenador, otro en el cigarro para que no se consuma, otro en el Cola Cao que se enfría. ¿Pero cuántos ojos tengo?

 Mis oídos, para la vocecita interior que me dicta y para mi grupo favorito que canta desde el PC, los amigos de My Yellowstone.

Toso porque el tabaco me sienta como una patada en la garganta.
¿Los grandes escritores no le dan a todo? Pues eso mismo.
Son las 10:55, es pronto para tomarse un copazo. Además, yo no tengo alcohol en casa, a excepción del vino fresquito para las comidas y el whisky para los sábados noche, que aguarda en la despensa a que le llegue su momento.

Vaya, el tercer ojo me falló, se ha enfriado el Cola Cao.

Apenas tengo espacio para escribir en la mesa entre el ordenador, la impresora y mi mochila azul (como la canción) siempre presente, donde guardo todos mis secretos.

¿Cómo que hay poca batería? Si la lucecita está encendida…

Y mi amiga Mar Franco que me envía fotos de Nueva York (a través de Facebook), adónde nunca iré a no ser que me lleve Woody Allen o Dani Zarandieta con su primer largometraje “Encontrados en Nueva York”.
Y mensajes de buena voluntad por los amigos que lo pasan mal, pero que todos son iguales, anoche mal leí uno en inglés y hoy otro en español. Me gustan las buenas intenciones pero no cuando van en cadena, sin personalizar. Soy más de decir a ese alguien que lo pasa mal: “Te quiero, estoy aquí para lo que necesites”, porque si el amor se diluye no llega el mensaje a su destino.

Mi grupo ha terminado su repertorio y el guitarrista me escribe preguntándome si me ha gustado. Yo le pido una dedicatoria en un concierto. Me la debe, gané una apuesta.

Ya estoy aquí otra vez.

Si escribo de día, me distraigo con mi actividad de Facebook que es mucha, y si lo hago por la tarde, mis hijos entran cada tres minutos a pedir comida como si fueran pollos piones, y comienza la escalada de gritos. Así que por la tarde lo doy por imposible.

Llega la noche, ya están acostados. Estoy tan cansada que no me llega la inspiración.

Hay varias posibilidades: leer los libros que saco de la biblioteca, ver alguna película (ya han empezado todas) o charlar por Facebook. Suele ganar la última opción y así hasta las dos de la mañana.

¿Yo no me iba a acostar a la hora de Cenicienta?

Mañana será otro día y tendré más tiempo para escribir, o no.




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