Ese sinsentido en el que visten a los niños de almirante de distintos navíos aunque sus padres sean albañiles o fontaneros.
Los ves a la salida de la iglesia y te crees que es el día D y la hora H (el desembarco de Normandía todo deslavazado, cada uno con un uniforme de distinto color).
Si al menos fueran todos de
marineritos pensarías que estás en un musical de Gene Kelly y tendría
más glamour la cosa.
Durante la misa siempre hay alguno que saluda como si
fuera un cantante, otro que se mete el dedo en la nariz y otra que se
preocupa más de colocarse el vestido para salir bien en la foto... que
del sermón del cura.
Menos mal que cuando les preguntan qué les piden a Dios
suele haber un alma cándida que piensa en los demás y pide que su padre
encuentre trabajo que lo está pasando mal.
Ese pobre no ha desembarcado. En su casa no tenían para
pagar el uniforme y como está gordito, no le cabe el del hijo de su
vecina que hizo la comunión el año pasado.
Puede que no tenga conciencia de lo que es ser cristiano, pero empieza a saber lo que es la vida, la real.
Si hubiera nacido en la selva, el paso a la adultez sería
irse a cazar un lagarto bien gordo y no volver hasta conseguirlo.
Pero
como somos un país avanzado (o eso dicen), la transición consiste en
hacer la primera comunión con niños que llevan el traje que tú querías.
Eso es crecer, sobrellevar la frustración y poner buena cara.
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