lunes, 14 de octubre de 2013

LAS COMUNIONES.




  Ese sinsentido en el que visten a los niños de almirante de distintos navíos aunque sus padres sean albañiles o fontaneros. 

 Los ves a la salida de la iglesia y te crees que es el día D y la hora H (el desembarco de Normandía todo deslavazado, cada uno con un uniforme de distinto color). 

Si al menos fueran todos de marineritos pensarías que estás en un musical de Gene Kelly y tendría más glamour la cosa.

¿Y las niñas? ¿Por qué se visten de novias a tamaño reducido? ¿Es un ensayo para ir metiéndolas en vereda con comentarios como "te vas a manchar el vestido, no corras" o "para presumir hay que sufrir"?

Durante la misa siempre hay alguno que saluda como si fuera un cantante, otro que se mete el dedo en la nariz y otra que se preocupa más de colocarse el vestido para salir bien en la foto... que del sermón del cura.

Menos mal que cuando les preguntan qué les piden a Dios suele haber un alma cándida que piensa en los demás y pide que su padre encuentre trabajo que lo está pasando mal.

Ese pobre no ha desembarcado. En su casa no tenían para pagar el uniforme y como está gordito, no le cabe el del hijo de su vecina que hizo la comunión el año pasado.


Quizás él sí se ha enterado que pertenece a la pandilla de Jesús y que hay que compartir lo que se tiene, lo ve todos los días en su casa.

Puede que no tenga conciencia de lo que es ser cristiano, pero empieza a saber lo que es la vida, la real.

Si hubiera nacido en la selva, el paso a la adultez sería irse a cazar un lagarto bien gordo y no volver hasta conseguirlo. 

Pero como somos un país avanzado (o eso dicen), la transición consiste en hacer la primera comunión con niños que llevan el traje que tú querías. 

Eso es crecer, sobrellevar la frustración y poner buena cara.








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